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El peor trabajo de mi vida

Cuando yo trabajaba en Rusia, sentía más que nunca la urgente necesidad de salir del país. Tras terminar la universidad, acabé por convenio en un empleo horroroso, sobreexplotada y cobrando alrededor de lo que serían 200€ mensuales, con lo que ni siquiera podía pagarme la medicación. Ni hablar de una vivienda, las facturas, comida, vestimenta… Acabaría arruinada décadas antes de una hipotética jubilación. Bajo estas circunstancias, sabía que cualquier cosa sería mejor. ¡Y mejoró todo, o casi todo! No el empleo. Y es que para este golpe yo no estaba preparada. Me encontraba ante el peor trabajo de mi vida. ¡Los golpes venían de todas las direcciones! Quiero hablar ahora de ello.

Compañeros

En cualquier trabajo hay mucha competitividad. Tal y como está el empleo en España, es casi normal que todos intenten defender su puesto a cualquier precio. Sin embargo, la bajeza moral de algunos compañeros en este empleo sobrepasaban los límites de lo imaginable. Si hablaba muy bien del subdirector unas páginas atrás, ahora hablaré muy mal del resto, casi todos los demás.

¿Han oído la expresión de “echar la culpa a alguien que no hable nuestro idioma?” Aún yo sigo aprendiendo a hablar español. Se convirtió en una regla que al cometer o detectar cualquier error, automáticamente dijesen, con la hija del jefe al lado: “Eso seguramente lo ha hecho Sasha”. Da igual que fuese falso o cierto. Compañeros que llegaban tarde a su trabajo y te hacían retrasarte en la salida, compañeros que se dormían en la zona trasera, a escondidas de los clientes, compañeros que vendían en negro habitaciones para ganar ellos el dinero y no los jefes, compañeros que te intentaban enemistar con otros con mentiras o medias verdades… compañeros a los que en definitiva les va mejor la palabra víboras que compañeros.

El trabajo era muy ajustado de tiempo y todos tenían que hacer su parte, porque el siguiente turno arrastraba el anterior. Recuerdo al sinvergüenza de turno de noche que no hacía absolutamente nada, dormía, se pasaba media noche en la puerta fumando cigarrillos… y luego todo su trabajo lo teníamos que hacer el resto de compañeros. Pero él cobraba más, por antigüedad, nocturnidad, etc. De ninguna manera era así cuando yo tenía que hacer el turno de noche.

¿Pero por qué sucedía este ambiente tan tóxico? Principalmente porque a los hijos del jefe estas cosas les daban igual. Cualquier acusación a un compañero que fuese amigo suyo era desmentida o ignorada. “No tienes pruebas de ello”, a pesar de que todos en la empresa saben quiénes son los empleados vagos y ladrones. Pero da igual. La culpa era siempre de Sasha o del más nuevo si yo no estaba.

El ambiente tóxico de esta empresa difícilmente tenga jamás una solución. Mucha gente está conviviendo con este estilo de vida de buscar la aprobación de los jefes a cualquier precio, lo que sea para garantizar el empleo. Los jefes saben que si no obedeces sus estupideces, te echan y contratan a otro, pues gente no les va a faltar nunca, más ahora con la crisis. Lo que nos lleva al siguiente punto.

Malas prácticas
Seré muy breve, pero aquí la lista sería interminable.

Malas prácticas

Recuerdo que en 2019 entró en Baleares una nueva normativa. Comenzó a funcionar con obligatoriedad la hoja de firmas de los empleados, para que algún funcionario en ocasiones pudiese controlar cuántas horas trabajaba cada empleado y que no excediesen las permitidas por ley. Y si así fuese, que se pagasen. Todo eso daba igual. Debías firmar la hoja con el horario teórico que te dijesen, no con el real. En esta empresa no se podía esperar pagos de horas extras. Lo único que se podía conseguir si escribías la verdadera hora de salida era ser ignorado o criticado. Si ellos me oyesen ahora, se encogerían de hombros y dirían que no tengo pruebas de la acusación que estoy escribiendo, por supuesto.

Los empleados más malos o prescindibles podían estar entre 5 o 6 días a la semana, un mínimo de 8 horas. Pero los más importantes podían incluso llegar a trabajar los 7 días a la semana, durante 10 ó incluso 12 horas. Eso es, llegar a las 8 de la mañana e irse a las 8 de la noche.

Llegué a deprimirme mucho durante esta temporada de mi vida y a sentir que no servía para trabajar. Estos meses en este sitio me costaron gran parte de salud. Cuando cambié de empresa, me di cuenta de lo equivocada que estuve y de que el problema no es este empleo (que es maravilloso), sino esta empresa de m*****. Me hacían sentir muy mal cuando fracasaba en algo pese a mis esfuerzos por hacerlo lo mejor posible. No había ningún incentivo, sólo gritos de desaprobación, malas palabras, corrillos e infame secretismo… Pero da igual. Desde el primer día se me exigió hacer cientos de cosas que no me habían enseñado, y hasta el último día se me responsabilizó de todos los errores.

En mi actual empleo, me dejo la piel vendiendo excursiones. Voy con comisión, y sé que lo que vendo es bueno. Además de ganar dinero extra, sé con bastante certeza que los clientes estarán felices y eso me hace sentir realizada en mi trabajo. La hija del jefe, seguramente a fecha actual sigue creyendo que su despotismo, falta de educación y llevarse el 100% de las ventas de estos extras siga siendo un incentivo para unos empleados que no paran de maldecirla, pero ella lo lleva con orgullo. ¿De verdad se puede sentir orgullo de algo así?

¿Por qué afirmo que este es el peor trabajo de mi vida? Independientemente de que incluso si el futuro me depara picar piedra en una mina, yo me prepararía para ello. Pero para este castigo psicológico y físico no estaba preparada. Se suponía que todos nos íbamos a ayudar. Pero convirtieron lo fácil en difícil y lo difícil en imposible. No tenía por qué ser así.

Llegados a este punto podría parecer que ya no hay más que añadir. Pero viene a continuación la peor parte.

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